La sapiencia está en la juventud

Decía un amigo licenciado en los menesteres sacerdotales del catolicismo, que nada hay más bello que un joven sabio y nada más feo que un viejo ignorante. Su dicho, que no sé si sea suyo o un antiguo decir, me parece más cierto que nunca en estos días, donde mi situación vital se encuentra rodeada de decisiones clave para el futuro. Y es que, retomando el dicho, me parece que la fealdad ha aumentado considerablemente pues muchos "hombres (y mujeres) de experiencia" que he conocido, pretenden darme consejos que, colocándolos como centro de mi atención y reflexión, resultan bastante insensatos por no adecuarse a mi verdadera circunstancia.
Lo anterior se explica por una razón simple. La gente de edad avanzada piensa que su estadío en la tierra les ha brindado sufieciente experiencia como para orientar a los jóvenes, como si el número de años que han requerido de oxígeno fuese directamente proporcional a su experiencia vivida. Así, según creo que piensan los "expertos", que alguien tenga más edad implica necesariamente que tiene más experiencia. Falto de honra a mi labor sería yo, si no cuestionase semejante idea; pues el número de años no tiene que ver con la cantidad de experiencias posibles. En efecto, alguien puede ser un anciano con una vida tan rutinaria que sus experiencias se limitasen a unas cuantas, superadas fácilmente por alguien a quien éste le duplica la edad, pero que posee una vida más temeraria. La edad no es lo único que ofrece experiencia, sino el modo en que nos enfrentamos al mundo que nos circunscribe. Y es que las circunstancias nos obligan a enfrentarnos de tal o cual manera ante el mundo y no importa si se es joven o viejo. Las situaciones vitales de los jóvenes nunca son idénticas a la de los grandes, por muy pareceidas que sean. Por ello, el consejo -por loable que sea- no es nunca una solución y, por tanto, no puede -ni debe- seguirse al pie de la letra. Esto último, muchas veces, ocasiona la irritación de los mayores pero pierde de vista que nunca una experiencia es idéntica y, por tanto, lo que recomienden no será cien por ciento efectivo. De tal suerte que los "maduritos" que piensan que tienen mucho que enseñar, quizá sean quienes, en realidad, aún tienen mucho que aprender.
Lo hasta aquí mencionado se ha agudizado últimamente, porque he escuchado diversos consejos de varia índole. Consejos que, además, resultan contradictorios entre sí y, desde luego, ínútiles como una guía. Pero quizá lo más irritante es que lo consideren a uno tan corto de edad, que amerite siempre un guía para orientar los propios pasos. O más precisamente, que lo consideren a uno incapaz de dar los propios pasos, porque consideran que aún no se está preparado para enfrentar al mundo, siendo que ya se ha enfrentado varias veces a éste y a una edad más tierna de lo que los aconsejadores comenzaron a enfrentarse.
Resulta alarmante que no crean en la experiencia de un joven bajo la razón de que se es joven. Como si la juventud nunca admitiera la prudencia y la serenidad; como si envejecer fuese una conquista, un triunfo o una meta y no el camino inevitable del devenir. Resulta que siendo los hombres que tan diligentemente aconsejan, individuos de conocimientos tales que los vuelven unos sabios, no se percaten de que hay juventud que también ha experimentado las sazones y las pericias del mundo y que, lejos de requerir de consejo, requiere de apoyo y confianza, como si de un con-temporáneo se tratase. Resulta alarmante, pues, que los expertos sean insensatos e ignorantes de las diferentes formas de ser que tienen los hombres y que se crean sabiondos; todo lo cual los hace verse feos en su espíritu, dado que son viejos pero ignorantes. Más aún, siendo feos de espíritu, reniegan de la belleza de alguien joven y sabio, porque piensan que esos dos términos son incompatibles (¡y cómo no puede ser para ellos así, si es lo que justamente han perdido esos ancianos, pues ni son jóvenes ni son sabios!).
Así, hay que guardarse de los consejos de los adultos que no toleran ni aprueban los que un joven puede darles. Porque es de jóvenes y sabios aceptar un consejo; de necios, viejos y estúpidos no aceptarlo de alguien que, en apariencia, no puede brindar consejo.

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