Sócrates y Heidegger
Son tiempos de asombrosa agonía, porque lo que agoniza es, precisamente, el asombro. El despertar del griego que con maravillosa sorpresa abría los ojos ante lo que se le presentaba frente a él y que lo cautivó por su orden, belleza y perfección, hoy no es más que un recuerdo que se halla oculto bajo capas y capas de progresista tecnología. La realidad, el mundo, la naturaleza o como quiera que se le denomine a ese orden que trasciende el propio cuerpo y la propia conciencia, ese infinito que antaño aparecía espectacular, hoy se encuentra sometido al control y dominio de la racionalidad funcional que el hombre ha creado. Nuestro Frankenstein ha cobrado vida y posee un hambre voraz.
Nuestro tiempo, pues, ha perdido la capacidad de asombrarse. Todo es cálculo y productividad; es sistematicidad que vuelve autómata al ser que antaño contemplaba las estrellas con sus propios ojos y que se imaginaba el mundo a partir de lo que su vivencia en él le daba. El hombre que vivía rodeado de seres míticos, de dioses y de fe, ha sido tragado por su más brillante y letal invento: la racionalidad calculante. La ironía se torna más mordaz cuando se observa a la luz del tiempo, que la intención humana de controlar por medio de la razón, ha derivado en el control de la razón sobre el hombre.
Y en medio de tan lacerantes circunstancias, los ideales (que vivificaban a los hombres), han desaparecido porque ya no hay humanos que inviertan su vida en ellos. Los valores morales y estéticos, así como la confianza en que la existencia posee algún fundamento que da sentido a la vida, se han prostituído. ¿Quién es virtuoso en tiempos (pos)modernos? El único valor que subyace, elevado casi al rango de divinidad pagana, es el dinero y el poder que éste da. Y puesto que el dinero y su poder son un constructo humano, bastará que la especie se extinga para que el último dios sea derrocado. El único valor de nuestro tiempo, pues, es esencialmente in-válido.
¿Y por qué llegamos a esto? ¿No acaso toda nuestra historia se pudo haber evitado si, simplemente, no hubiera sido? ¿Por qué hubo ser y no más bien, nada? Y si nos adentrásemos en los laberintos del pensamiento Heideggeriano, descubriríamos -como otros grandes pensadores ya lo han hecho últimamente- que en el fondo, hay un momento en el cual todo lo que nos rodea se torna monocromático, igual en todo sentido y nos resulta indiferente. Ahí -piensa Heidegger- la totalidad de lo ente, de todo lo que hay, se manifiesta indistinto y abre la comprensión de fondo: ¿qué le da sentido a todo esto? Nada. ¿Nada? Nada, responde Heidegger. En el fondo de todo lo ente, no hay nada; más allá, tampoco. Así, ninguna cosa tiene valor per se, pues nada la fundamenta, nada le subsiste, nada es intrínseco. Lo mismo vale decir, entonces, del hombre. Su valía es, en el fondo, nada. Así que somos un instante fugaz en el orden de lo óntico que carece de principio y a nada volverá. El acontecimiento del propio ser (es decir, del ser humano) resulta un misterio.
Cómo hace falta Sócrates. Cómo falta ese hombre espantoso que encarnaba la belleza. La virilidad de ese ateniense que con bríos y enérgico carácter, no temía increpar a sus semejantes, con el fin de que lograran la excelencia, la virtud. Sócrates no se resignaría a nada; porque Sócrates sabría que no tiene la sapiencia para afirmar tal idea. El ateniense nos enseñaría a vivir de nuevo, indagando a los otros, enseñando a vivir, aunque sea la vida sólo un instante; pero un instante lleno de vida, cargado de valor y con sentido. Llegar, como Sócrates, a la muerte colmados de vida, es quizá la enseñanza que más podría contravenir el nihilismo, relativismo y pesimismo del presente.
Hacía falta que alguien hablara de Heidegger y Sócrates, en cuanto a la visión que ambos tienen de la filosofía, hoy más que nunca, donde la ciencia primera se halla cada vez más oculta dentro de institutos y academias. Por ello es que es meritorio y digno de celebración, que André Glucksmann haya publicado su libro Los dos caminos de la filosofía. Sócrates y Heidegger: ideas para un tiempo trágico (la reseña puede leerse aquí), tratando de pensar cómo hacer frente a este mundo (o lo que queda de él) que se ha vuelto salvaje. Hoy por hoy, nadie se examina, todo se resuelve haciendo click, perdiendo la dignidad en la infamia del poder tecnocrático. Han llegado los tiempos en los que la demagogia es ley, el caos orden y la viceralidad razón. Hace falta un Sócrates, alguien que nos vuelva a fastidiar hasta el hartazgo y que nos muestre nuestra petulante ignorancia, tan atrevida como mortífera. Ojalá que el texto de Glucksmann nos acerque al espantoso ateniense que creía en el Bien, la Belleza y la Verdad, y que empeñó su vida en morir virtuosamente, como un hombre cabal. Invito, pues, a quienes aún gustan de más que posmodernidad, a revisar el texto de Glucksmann; tal vez ahí podamos volver a encontrar los rastros, siempre fecundos, de un pensar que aspira a ser una forma de vida, y no una forma de vida que sólo se reduce a pensar.
Comentarios
POR ESO ME PUSE A INVESTIGAR Y LLEGUE A ESTE BLOG. ESTOY EQUIVOCADA AL VER SEMEJANZAS???? Y XQ NO RESPONDIERON MIS DUDAS LOS PROFESORES?????
ESPERO Y PUEDAS AYUDAR A RESPONDER MIS DUDAS
DESDE MUCHAS GRACIASSSSSSS