Quién-sabe-dónde


Basta acceder a la red, encender la televisión o abrir un periódico para percatarse de que uno se encuentra en quién-sabe-dónde. Este lugar es paradójico porque nos ubica en un tiempo y en un espacio donde con todo lo que pasa, no pasa nada; donde el sentido de los acontecimientos es que no hay sentido; donde todo lo que se dice, no dice nada.

Quién-sabe-dónde son todos los lugares y ninguno a la vez. Es un espacio sin fronteras ni límites claros. Se encuentra en un tiempo sin historia y sin la proyección de un porvenir. En este lugar habitan todos los hombres pero sin pensarse como comunidad: viven todos y cada uno sólo cree que vive para sí. Es un lugar lleno de asombrosos adelantos tecnológicos que sólo pueden poseer quienes tienen mucho dinero, pero poca educación. El poder está en manos de imbéciles y no existen héroes o grandes hombres que sirvan de referencia. Todo esto, por cierto, es lo que llaman progreso.

La política de quién-sabe-dónde es, como la naturaleza toda de su estructura, algo paradójico. Las estructuras de poder son ejercidas por hombres, pero ninguno de ellos puede arrogarse, propiamente, ser el dueño y señor de dichas estructuras. No se persigue la justicia, sino su aparente distribución, siempre y cuando no atente contra los intereses económicos. Los políticos hablan de los pobres y por los pobres pero ellos mismos no experimentan la pobreza. El modo en el cual los políticos conocen de pobrezas es a través de estadísticas: el pobre al cual se refieren los políticos es siempre un resultado cuantitativo, un “alguien” que no tiene “mucho” o que, definitivamente, “no tiene nada”. A pesar de ello, los políticos requieren de los pobres para que haya política y para legitimar sus acciones. Así pues, la política de quién-sabe-dónde exige alimentar la pobreza para que ésta nunca desaparezca.

El tipo de gobierno de quién-sabe-dónde que pretende implementar es la democracia participativa. La cual consiste en afirmar que todos son iguales pero manteniendo las diferencias. Ser diferente, ser único es lo único que importa. Por ello, la política democrática de quién-sabe-dónde, fomenta que las diferencias sean enfatizadas hasta el punto en que cada uno de los habitantes piense que sólo él mismo es lo único que está bien, por el simple hecho de ser él mismo. Así pues, el gran modelo de gobierno de quién-sabe-dónde consiste en mantener a los pobres para que siempre haya que legitimar el poder, lograr que los individuos se individualicen hasta la atomización y que las estructuras políticas, que no son “alguien” sino “algo” sigan funcionando para seguir igual.

En quién-sabe-dónde el sinsentido es lo que rige. La absoluta destrucción de principios lógicos, de pensamientos estructurados y de una idea de bien que oriente las acciones es algo, prácticamente por completo, exiliado de sus confines. Quién-sabe-dónde es un delirio; acaso la consumación de lo impensable por imposible. Subyace, sin embargo, la impertinente y siempre inquieta duda: ¿habrá algo más que quién-sabe-dónde?

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