Y cuando desperté, el dinosaurio volvió a estar ahí


Desde hace cinco o cuatro años, la inquietante presencia del ahora presidente de México, Enrique Peña Nieto, en los medios de comunicación, auguraba su presencia en el poder para el sexenio que va de 2012 a 2018. El país pasaba por momentos de enorme inestabilidad, la violencia se exacerbó debido a la "estrategia" contra el narcotráfico llevada a cabo por Felipe Calderón. Diversas voces se alzaron en contra de tamaña imbecilidad, pero la obstinación y el empeño por aferrarse a dicha estrategia, derivó en desgracias inenarrables, ríos de sangre inocente y altos temores entre la población.

Con tal agitación en el país, la sociedad mexicana parece no haberse percatado del método perverso y silencioso con el cual le estaban imponiendo a Peña Nieto por medio de la publicidad, el marketing y diversas estrategias mediáticas. El actual presidente visitó al papa, se casó con una actriz de telenovelas y vivió "mágicos momentos", todos ellos retratados por revistas de chismes y farándulas que, por desgracia, constituyen una de las lecturas más asiduas que realiza la sociedad mexicana. Evidentemente, hay un dejo de perversidad en el modo en el cual Peña Nieto se inculcó en las conciencias de los mexicanos. En efecto, si los noticieros, los programas críticos, en suma, todos los medios "serios" se dedicaban a hablar de la violencia en el país, los muertos, el dolor de la gente, etc., el mejor medio para poder ver a Peña Nieto, sin el velo de dichas noticias, era el de los espacios donde la gente se recrea y/ u olvida la tremenda realidad; ahí donde las aspiraciones de muchos adquieren rostros, nombres y apellidos, y donde, con mayor facilidad, dan crédito.

Se ha dicho que Peña fue un invento creado por los medios, particularmente por la empresa Televisa. Es decir, se ha sugerido la idea de que el actual presidente es un personaje de ficción, una invención para que el PRI regresase al poder. Esta idea tiene razón, pero no porque los medios hayan inventado la personalidad de Peña, sino porque la ficcionalidad de éste consiste en ser un personaje que cautivó a la sociedad mexicana dándoles algo que, acaso inconsciente o subrepticiamente, desean: que un personaje de novela, que no tiene que ver con las cruentas realidades, cambie las cosas. Así, lo que la mayoría mexicana parece haber expresado al darle su voto a Peña Nieto, es el deseo de que la ficción, ésa que les hace olvidar la miseria de la realidad en la que se vive, estuviese en el gobierno con la ingenua esperanza de que, con el retorno del viejo dinosaurio político, si no mejoran las cosas, al menos se podrán olvidar. Porque si hay algo que supieron hacer muy bien los priistas fue, precisamente, mantener a México en una enorme ficción.

Y sin embargo, el personaje de ficción, el presidente joven con una esposa bella y de altos valores, ha tomado el poder de manera "legal" (nunca legítima). Hoy comenzó ya su periodo presidencial y el pueblo mexicano, a pesar de las muestras de agitación de los jóvenes que pugnan por impedir que se invista con la banda presidencial, lo toma sin más. Es como si el país estuviese dormido, agotado de tantas sacudidas, mezquindades, necedades y violencias hacia sí mismo. Entre reformas laborales, inestabilidad económica, violencia física, desempleo, falta de educación, a la población mexicana parece resultarle común que haya un cambio presidencial. Que los poderosos ejerzan sus protocolos,  llenos de violencia hacia la disidencia, mientras un gran sector de México sigue dormido. Pero, como diría Monterroso, lo peor será que cuando despierte, tal como ahora, los dinosaurios, muy probablemente, seguirán ahí.

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