Estar hasta la madre, como Sicilia

El pasado domingo 17 de abril en el diario La Jornada aparecieron, en sus primeras páginas, las noticias acerca de los familiares que buscan a sus parientes desaparecidos entre los más de 150 cadáveres encontrados en las llamadas "narcofosas", en el municipio San Fernando ubicado en el Estado de Tamaulipas, México. El simple hecho de saber de la existencia de fosas en las cuales arrojaban a los muertos que eran asesinados tras haber sido secuestrados en el autobús que viajaban, por el simple hecho de que los narcos querían dinero para sí y no lo conseguían, es de suyo inconcebible; pero saber que familiares de muchos desaparecidos que buscan, al menos, un cadáver para apaciguar la zozobra ocasionada por no saber nada de sus seres queridos, y que, aún así, las autoridades no garanticen castigos o algún tipo de seguridad, es francamente intolerable.




Qué terrible es darse cuenta de que México es un país de potenciales baleados, de violados o secuestrados. El pueblo mexicano está, literalemente, expuesto a miles de balas perdidas que después son encontradas en la carne de algún inocente. Más grave, todavía, es que el presidente se lance contra el narcotráfico con miles de funcionarios públicos al servicio de la fuerza contra la que, supuestamente, debe actuar. Calderón se quedó solo en una guerra que, de inicio, estaba perdida. Porque, en efecto, quiso iniciar y hacer algo "bueno" a partir de un gobierno corrompido y que discursivamente iba a pelear contra el narcotráfico pero que en la práctica terminó por reconocerlo como poder real. La guerra, pues, estaba perdida y aunque se atrape a los jefes, el mal no se agota y la sangre inocente se multiplica, como si fuese una hemorragia incapaz de detenerse.




¿Cómo no estar hasta la madre? ¿Cómo no gritar "ya basta"? ¿Cómo le pide un presidente a la madre que perdió a su hijo o, viceversa, que piense que su pérdida no ha sido en vano, si a pesar de ella, el supuesto objetivo no se cumple? ¿Por qué no mandar a los hijos de los políticos a los frentes de batalla para que sacrifiquen sus vidas por "limpiar al país de la delincuencia"? ¿Por qué sólo el pueblo sufre y debe tolerar la frialdad de los funcionarios que, con plena naturalidad, les dicen que "dejen de chingar" o "ya, hombre, lo más probable es que sí esté muerto [su familiar]"?




Y cuando acabe la guerra, ¿qué? ¿Los familiares de muertos o desaparecidos se sentirán contentos o satisfechos de que sus seres queridos fueron "mártires" de tan ansiada paz? ¿De veras cree Calderón que logrando que se exterminen los narcos [risas], las miles de familias afectadas vivirán mejor? No cabe duda que la ingenuidad más grave es la que busca una utopía a costa de vidas ajenas e intenta convencer al resto de que así deben ser las cosas. Curioso que este sr. Calderón, diga que su antiguo contrincante en la carrera presidencial fuese un peligro para México. Ojalá que nunca, un día, como a Javier Sicilia, le llegue la noticia de que uno de sus hijos fue hallado muerto junto con otros amigos en el interior de un automóvil; pero si fuese el caso, espero que sea congruente consigo mismo y declare: "Sí, murió mi hijo, pero fue necesario por el bien de México". Sé que suena ingenuo y hasta estúpido, pero al menos yo no mato a nadie con ello.




Y sí, efectivamente, estamos hasta la madre. Ahora, ¿qué vamos a hacer?





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