Decir demasiado


Quizá el oficio filosófico, además de ser el más noble -según dice Aristóteles-, es también el más peligroso. El compromiso que el filósofo tiene con la verdad, resulta ser muchas veces amenazado por el poder, quien desde antiguo, siempre da mucho de qué hablar. Decir la verdad no siempre es cómodo por la simple razón de que se hace ver la gravededad de las acciones de uno mismo. Aquel que no reflexiona, generalmente no se juzga y no repara en las consecuencias de sus actos y, por ello mismo, considera una ofensa que alguien más le juzgue si él mismo es incapaz, por gusto o por deficiencia, de hacerlo. Nada más recuérdese el caso de Sócrates, quien murió injustamente, precisamente por su afán cuestionador, por no callarse ante la supuesta sabiduría de la que los sofistas se arrogaban el título de maestros.


A lo largo de la historia del pensamiento Occidental, han habido casos ejemplares de persecusiones de aquellos quienes han osado alzar la voz o esgrimir la pluma frente a las injusticias, los malos hábitos, la sinrazón y los abusos. Dichas persecusiones han derivado en muertes ejemplares, en martirios o sufrimientos memorables que ennobleccen a quien se inmola de tal manera. El del filósofo es destino temible cuando es comprometido. Y es temible, porque al decirlo todo y decirlo como es, muchas veces se hace temblar.


A nadie le gusta escuchar la verdad. Pero no la verdad en abstracto, aquella que se adecua a lo real y en ello confirma la corrección de su ser. La verdad que se niega es la propia, la que entraña y funda el orden de las propias acciones. Se rehúye esa verdad que exige responsabilidad por los propios actos, que reprocha la falta de reflexión en los motivos, que pide cuentas ante el dolor causado a terceros por la impericia y egoísta decisión tomada. Esta verdad es la que fastidia, cuando se hace evidente la no adecuación entre lo que se dice hacer y el fluir de las propias acciones.


Poder se traduce en "poder de acción". Quien es poderoso, literalmente, puede hacer lo que le venga en gana sin restricción alguna. Es el filósofo, a través de la reflexión ética, quien ha tratado de contener al poderoso, a ese sujeto que se yergue sobre el sometimiento del resto. Y, al hacerlo, el filósofo encara al poderoso, lo retrata con sus palabras y, al reflejarlo, éste intenta por todos los medios destruir la imagen para que nadie reconozca su debilidad. El poder, ofendido y desafiado, la mayor de las veces intenta reprimir a quien no se calla, a ese insolente que revela la oscuridad de las acciones del poder.




Herederos de esto son, sin duda, los periodistas serios. Y con "serios" lo que se quiere decir es que se trata de aquellos que acuden a fuentes confiables, que se atreven a adentrarse en los dominios de quienes detentan el poder de manera injusta o infame, y exponen la miseria que adorna a los empoderados. Pero decir la verdad siempre ha sido necesario, pero también ha sido un ejercicio ingrato, sobre todo para quienes esperan algo a cambio de decir la verdad. El periodista y el filósofo difieren en este punto, pues mientras aquél busca informar por trabajo, deber moral o compromiso ideológico en pos de un mundo mejor, el filósofo sabe que la verdad no entraña nada más que la correcta relación entre el mundo humano y el mundo en general. Decir la verdad, efectivamente, abre la consciencia de otros, pero no para que se dé una revuelta por parte de "los engañados", sino para que no se les engañe y abuse en ningún sentido. El periodista busca verdades de enemigos concretos: empresas, televisoras, políticos. El filósofo busca verdades de todo.


Sea como fuere, todavía hoy en la supuesta era de la "libertad de expresión" decirlo todo sigue siendo mal visto y aun perseguido. Basta ver lo que está ocurriendo en el mundo con lo del famoso Wikileaks, quien ha dejado escurrir demasiada información, al grado de que las grandes potencias buscan acallarlo. Los tiempos, ciertamente, han cambiado y sin embargo el hombre aún no logra aceptar que se le diga la verdad, que se le diga que actúa mal, que defrauda y engaña. El hombre, es decir, la humanidad, sigue condenando a Sócrates simbólicamente, pues sigue sin comprender que el mayor servicio que le puede dar un ser humano a otro es decirle la verdad para mejorar su ser, para ser más humano.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es sumamente denigrante cómo hacen callar a quiénes son críticos y reflexivos. Encima de todo, se arrogan el título de "educadores" quienes ni siquiera se atreven a confrontar al poderoso. Es una lástima que, por un lado, pregonen a los cuatro vientos la formación de alumnos críticos y reflexivos, mientras que, por otro, ellos mismos son quienes mutilan a la Verdad.
Teresa Islas ha dicho que…
Hola!
Al respecto, te dejo una nota que publicó ayer la jornada: http://www.jornada.unam.mx/2010/12/16/index.php?section=opinion&article=021a1pol

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