Familiares y amigos

Es irónico que el "amor a la sabiduría" sea, al mismo tiempo, una suerte de renuncia a la filiación que se tiene con parientes y amigos. Desde luego, esto no es una necesidad que opere en todos los casos, pero su frecuencia obliga a pensar un poco al respecto. Y es que ser filósofo, sobre todo en nuestros tiempos, no es algo que logre verse muy bien entre familiares y amigos. Incluso, muchas veces los filósofos que inician su formación, suelen experimentar pérdidas lamentables, pues en muchas ocasiones los familiares y amigos no logran entender que el oficio filosófico es más que un hobbie, más que un viajezote que se logra tras fumar marihuana (porque, claro, la gente piensa que sólo la marihuana produce filosofía) o más que ponerse a pensar en quién sabe qué cosas que sólo los filósofos entienden y no sirven para nada.

Amar el saber implica una ruptura emocional. Difícilmente se puede complacer a la familia y a los amigos que no están involucrados ni remotamente con la filosofía; de ahí que surjan roces que pueden ir desde una simple molestia, hasta discusiones graves que tambaleen las relaciones sentimentales con quienes antaño eran entrañables. Acaso no en todos los casos ocurra esto, pero ciertamente se da con frecuecia la incomprensión hacia el filósofo y esto lo sé, no sólo por la propia experiencia, sino por incontables casos en los cuales la relación entre filósofos y sus seres queridos detona irremediablemente.

¿Cómo subsanar este hiato? ¿Cómo amar al conocimiento y a quienes nos reprochan y hasta se burlan de ese amor? Lamentablemente, la filosofía no proporciona la respuesta y, sin embargo, alivia bastante el dolor.

En el quehacer de la filosofía hay un dejo de sacrificio que, si bien no resuelve los conflictos con quienes no entienden y hasta se burlan del propio oficio, ofrece las herramientas necesarias para dimensionar adecuadamente el problema al que nos enfrentamos. Es claro que la burla y la incomprensión sólo pueden provenir de ignorantes. Pero esto, en sí mismo, no es grave. Hay gente que, además de que no reconoce su ignorancia y hasta se ufana en ella, no tendrá el mínimo ánimo necesario para tratar de mirar la vida y el mundo desde nuestra circunstancia. Hay quienes se conforman con ir a trabajar, cumplir con sus deberes domésticos y mirar el fútbol o algún programa hueco que no le estimule el pensamiento para que éste pueda relajarse un poco. La filosofía es para todos, pero no todos pueden ser filósofos. Dicho en otros términos, lo que dice la filosofía tiene alcances universales, lo cual hace que cualquiera pueda beneficiarse de las ideas y/ o vidas filosóficas. Sin embargo, no todos pueden convertirse en productores de dichas vidas y/ o ideas. El filósofo, por ello, renuncia a ser uno más que se deja llevar y decide generar un movimiento que con-lleve a los demás. De ahí la incomprensión: el hombre "de a pie" no logra comprender más de lo que puede. El filósofo, en cambio, ve más allá e incluso da razón de todo lo que el vulgar no ve. Así pues, la filosofía implica a todos, pero no todos generan filosofía.

Acaso estas ideas puedan parecer chocantes, sobretodo porque pareciesen ser racistas o clasistas. Pero la realidad es que no somos totalmente iguales aunque participamos de la misma naturaleza y pertenecemos a un mismo mundo. Así, la vocación filosófica no llama a todos por igual, de ahí que algunos decidan ser pragmáticos e invertir su tiempo en cosas que a él y a otros les sirve, pero algunos otros, quizá los menos, prefieren acudir al llamado de la filosofía y afrontar el desdén de los otros. Acaso las burlas y las incompresiones sean, en el fondo, síntoma de que ellos notan que los filósofos somos diferentes y, para ellos, lo diferente resulta chocante. Pero es que ser común no es lo mismo que ser homogéneo; ser iguales no quiere decir ser idénticos.

Quizá aún estas razones no remedien el dolor que se siente cuando los seres queridos parecen atacar lo que uno desea con tanto anhelo: la sabiduría, la verdad. Pero creo que, al menos como experiencia personal, amar a la filosofía es, aunque no lo parezca, amar a quienes tanto nos reprochan; pues pensar como los grandes pensadores es involucrar a aquéllos, porque la filosofía no sólo sirve para uno mismo (por el sencillo hecho de que no se está solo nunca) sino que, a pesar de que no lo sepan, el pensamiento filosófico es para nuestro mundo, donde también habitan quienes tanto nos critican: el de la filosofía, si es sincero, es un amor abnegado y sin segundas intenciones, que se ofrece sin reparos ni recato ante quien no comprende, aunque no comprenda, pues no importa que sepa filosofía, lo importante es que se beneficie de ella en pos de ser mejor.

Así es la filosofía, un amor con muchas intensidades que nunca (y esto es extraordianrio) nos acaba de satisfacer: por ello seguimos amando, aunque aquellos a quienes también amamos no lo entiendan.

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