El ser está a la vista



A Eduardo Nicol


Imaginemos que la filosofía es un viaje en el océano. El oleaje es constante, el rumbo incierto y la travesía inestable. Cada gran filósofo es un corsario temerario que se arriesga a navegar por la inmensidad del pensamiento para encontrar nada menos que el Ser. Emprende el viaje para obtener eso que nunca cambia, que es siempre idéntico, que nunca tuvo un origen ni tendrá un final. El Ser es perfecto y eso es lo que buscan los filósofos.

Izan las velas y zarpan. Sus naves surcan las aguas llenas de ideas para encontrar eso que Parménides asegura que se localiza si se toma el camino de la razón. Al navegar, los filósofos sólo encuentran cambio; pasan los días y la multiplicidad se impone como evidencia. "¡Esto no puede ser!", gritan algunos. "Todo cambia y nada permanece; el Ser no se encuentra por ningún lado. Acaso debo sospechar de lo que mis sentidos me brindan y quitar la atención del cambio porque más allá de él, ha de encontrarse lo que tanto busco".

La filosofía se ha empeñado, una y otra vez, en suponer que lo que vemos no es necesariamente cierto; que las apariencias engañan y que debemos andar con cuidado, reflexionando sobre todo lo que miramos. El camino a la verdad, entonces, comienza con la desconfianza, suponiendo que, de hecho, vivimos en el error. Lo que las cosas son realmente, de acuerdo con este pensamiento, se halla siempre detrás de las apariencias. Inmediatamente, con la ingenuidad de un infante, surge la pregunta de por qué la verdad está más allá de la apariencia. La respuesta de los filósofos, casi unívocamente, dice que se debe a que las apariencias muestran el cambio de las cosas y nunca lo que son en sí mismas. La eternidad no puede estar en el cambio.

Pero los filósofos de antaño, cautivados por el Ser eterno (ese que no está en este mundo cambiante y que, no obstante, de alguna manera participa en él), han perdido de vista al ser mismo. Cualquier objeto, a pesar de que cambie, se halla presente; es. Puede que sea nuevo, joven, maduro o a punto de desaparecer, pero en todos estos casos, es. El ser siempre está siendo, no importa el cambio porque es en éste donde el ser se presenta cabalmente. Cambiar no es dejar de ser, sino ser cambiando.

Los antiguos filósofos han confundido el tesoro con la evidencia: el ser no está más allá de lo evidente, de lo aparente, sino que está en ello. El ser se ve a simple vista. Y a pesar de que aquello que los filósofos buscan es algo que en realidad ya tienen, la fe de llegar a lo que es inalcanzable ha trazado senderos hermosos. El mar infinito de ideas que es la filosofía brilla siempre, como las estrellas que iluminan al océano de noche. Sí, quizá hoy la filosofía sea como dijo Heidegger en uno de sus aforismos: "Dirigirse a una estrella, sólo eso".

Comentarios

rc ha dicho que…
En realidad hasta fechas recientes he aprendido a dudar de esa visión romántica del filósofo como aventurero del pensamiento. Recuerdo haber leído un texto de Raymundo Morado sobre filosofía y cartografía. Si no me equivoco, usa la misma analogía. Aunque paradójicamente, usa la imagen del monstruoso Kant para ilustrarla. Por supuesto, el resultado final es irónico. Kant era un cobarde para la vida: nunca quiso salir de su pueblo Konigsberg.
Carolus ha dicho que…
Caray, la simpática coincidencia con Morado la desconozco. Me gustaría saber qué escribió. Lo mío es sólo un chascarrillo, pero que intenta decir algo sobre Nicol.

Lo de Kant me parece alarmante. Discrepo acerca de que fuese un cobarde para la vida porque no es que nunca quisiese salir de Königsberg, sino que no tenía la solvencia económica para hacerlo. Esto no lo afirmo yo, sino el autor de aquel librito que trata sobre "la vida sexual de Kant". También lo refiere Cassirer en la biografía que realiza del prusiano.

Más bien, creo que a Kant le avino la vida igual que a nosotros: con la crudeza de mantenerse de algún modo. Y sin embargo, pudo hacer la obra que hizo. Se necesita convicción para hacer eso.

Hay otra ironía en todo esto. A pesar de ser un lugareño, Kant ha llegado muy lejos tanto en el tiempo como en el espacio.

Saludos y gracias por comentar.
rc ha dicho que…
Eso que dices sobre Cassirer no lo sabía, pero parece una justificación poco convincente de todos modos. Creo que nunca el dinero debería ser excusa para dejar de hacer nada. En fin.

La verdad es que lo que nadie niega de Kant es que era un tipo bastante apretado y poco aventurado. Nunca rompió su rutina diaria, como todos saben, y además odiaba la música. Alguien que odie la música, estaremos de acuerdo, parece poco aventurero.

Lo que dices de que ha trascendido tiempo y espacio, y que esto puede considerarse otra forma de aventura es hermoso, y también parece verdadero.

Sea como sea, la idea que pretendía sugerir es que me parece igualmente filosófico hacer el viaje marino pero en el verdadero océano, ahí donde los cascos truenan y la sal quema la piel.

Debatiblemente he pensado que Kant, Platón y Wittegenstein son los 3 más grandes filósofos de Europa. Pero pienso que con todo Kant es mucho menor porque no tuvo la vida que sí tuvieron los otros dos.
rc ha dicho que…
Un abrazo.
Carolus ha dicho que…
Hola Robert.

No sé, aún creo que lo de Kant es algo excesivo. Eso de que odiaba la música no sé de dónde salió; ciertamente no menciona mucho a la música, pero de ahí a que la odie... al menos yo no lo suscribo.
Pero, por otra parte, también es bien sabido que era muy dado a hacer reuniones en su casa, al parecer era un tipo carismático como para ser apretado.

En fin, yo metería a Sócrates, Crisipo, Aristipo, Plotino, Hume Schopenhauer y Nietzsche en tu top de los mejores filósofos de Europa, pero sacaría a Wittgenstein; esto es cuestión de gustos.

A mí me parece que la vida de Kant, lejos de lo que parece, fue bastante apasionante. Estoy de acuerdo que el dinero no debería ser un pretexto, pero es más ingenuo pensar que se puede hacer lo que uno desea sin él, y si esto ya pasaba con el regiomontano de Kant, más difícil es que esto no sea determinante hoy día. Lamentable, sin duda, pero imperante.

Como sea, concuerdo plenamente en que conviene más referir el viaje de una manera real, como dices, ahí donde el sol nos recuerda la inminencia de la vida. Pero la metáfora del viaje me parece muy afortunada, porque las ideas que la filosofía ha generado, literalmente, han conducido al mundo hacia rumbos de vario linaje; algunos menos fecundos y más monstruosos que otros, naturalmente.

La filosofía nos hace viajar aunque no siempre nos lleve a un puerto seguro. Y me parece que esa es el dinamismo del pensamiento filosófico: no es necesario que el filósofo salga de su lugar, su pensamiento puede ser tan revolucionario que mueva a todo el mundo y, consiguientemente, cambie la forma de vida de mucha gente.

La filosofía es el viaje del pensamiento, más que del filósofo. Quién sabe, quizá haya que revisar más esta idea.

Fuerte abrazo.

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