Aprender a caer
Vivimos en una cultura que se afana por mantenerse de pie, que busca no sucumbir ni ser derribada. Esto que parece una metáfora, es también una realidad tangible que cada individuo de todas partes del mundo practica cotidianamente, pues la consigna diaria es mantenerse en pie, pase lo que pase. Pareciese que tenemos una aversión al suelo, a la tierra.
Desde hace varios siglos, el hombre ha buscado elevarse por encima de lo que sus pies tocan; hemos logrado una sociedad basada y ordenada por conceptos; nos guiamos por ideales que nos dan la apariencia de sublimarnos y, de ese modo, ser etéreos, acaso dioses. Y tanto más nos elevamos y luchamos por no caer, tanto más nos precipitamos; de modo que, sin darnos cuenta, en nuestro intento de ir hacia arriba, prolongamos más nuestra colisión hacia el piso.
Acaso el ser humano está marcado por la tragedia de Ícaro, quien por su soberbia (¡oh, pecado original del hombre!) se elevó hasta que sus alas tocaron el calor del sol y éste derritiólas haciendo que se precipitara al infinito océano. Así la cultura occidental, la cual se ha empeñado en ascender sin enterarse, a diferencia de Ícaro, de que está cayendo al abismo que parece no tener fondo, como tampoco el anhelo de elevación del hombre.
Quizá sea la cultura oriental, desde hace varios siglos sometida por occidente, quien tenga mayor conciencia de la necesidad de aprender a caer. La caída es el contrario natural de la altivez y, paradójicamente, teniendo más conciencia del suelo es como más nos elevamos porque superamos el miedo a la tierra. Esto que menciono, últimamente me lo han hecho ver algunos maestros de un arte marcial que recientemente he iniciado a practicar: Aikido. En dicho arte, lo fundamental no es aprender una técnica como tal, sino aprender a caer para unirnos con el otro y con lo otro. Caer es crecer, o sea, elevarse: ser más. Una lección que las culturas antiguas, de donde también procede el Aikido, solían tener y que los monoteísmos y la certeza de la ciencia han encubierto durante muchos siglos.
Aprender a caer no es olvidarnos de ser más que humanos; es recordar que lo humano es tener los pies en la tierra, y que cada caída nos recuerda que es posible abrazar el suelo que nos da vida, protección y estabilidad. Caer, entonces, es lo más valeroso que podemos tener, pues nos recuerda que no somos más que humanos.
Comentarios