La dificultad de evaluar
Quizá una de las labores más tormentosas de un maestro es la evaluación. Es probable que todavía haya profesores (porque nunca falta la mala hierba) que consideren que las evaluaciones constituyen la oportunidad de hacer que los estudiantes lleguen al límite de sus capacidades. Y es que la noción misma de evaluar resulta insufriblemente demoledora: evaluar es colocarle un valor a las capacidades de los estudiantes. Esto supone, evidentemente, que unos valen más que otros y, claro, los que "valen menos" pueden ser tachados de tontos, flojos, inútiles, incapaces o incompetentes. Otros alumnos pueden ser valuados como "mediocres" y unos más, como "brillantes".
Como sea, mucho se ha difundido la idea de que la evaluación o la nota es sólo un número y que, por tanto, no es tan importante, o bien, no refleja las verdaderas capacidades o potenciales. Queda, por supuesto, la suspicacia que nos invita a preguntar: si la calificación es tan irrelevante, ¿por qué evaluamos? Evaluamos para clasificar, para discernir, para distinguir, para separar. ¿Y qué se logra con ello?
De acuerdo con sendas teorías pedagógicas, la calificación del alumno es la calificación del maestro. Por lo que, si el alumno sale bien, el maestro es bueno; de lo contrario, el docente resulta un incompetente. De nueva cuenta, la educación se ciñe a un ámbito cuantitativo y, por consiguiente, pragmático y programático. Según esto, la evaluación permite observar el desempeño educativo para que éste, si es deficiente, mejore y si es bueno, se conserve. Lo que se busca es precisión en la eficiencia.
Sin embargo, evaluar en humanidades no es cosa fácil. No es posible medir si se ha aprendido a ser humano, poeta, filósofo, artista, literato o historiador. Y aunque haya criterios de evaluación, muchas veces son injustos porque dejan de lado las peculiaridades de los alumnos. La objetividad es un rasgo esencial de la evaluación. ¿Cómo ser objetivos en humanidades?
La pregunta me deja atónito y con una profunda insatisfacción, acaso traición a mí mismo, pues a pesar de no estar de acuerdo, el sistema en el que laboro exige que haga justo lo que creo que no se puede hacer: ser cuantitativo, objetivo, pragmático y programático en algo que es profundamente humano: el ethos.
Y es que intentar calificar con el mínimo de injusticia posible es una hazaña titánica y desgastante; hazaña que, de todos modos, nadie reconoce más que uno mismo. Lo importante es no decaer y perderse en el "facilismo". Cada alumno es diferente y son sus cualidades las que debemos observar. En la educación, lo común no es tan importante.
Comentarios
Yo pienso que las calificaciones son muy importantes porque fomentan competencia entre los alumnos. Claro que es admirable poder conocer y apreciar lo mejor de cada alumno, pero a la hora de evaluar, debemos ser lo más objetivos posibles y establecer criterios de evaluación para que un determinado alumno, al cumplir con éstos, obtenga una buena nota.
En mi opinión, una calificación no nos muestra que tan "inteligente" o "estúpido" sea un alumno, lo que nos muestran las evaluaciones es que tan cumplido eres como estudiante.
Un examen, es la forma más objetiva de evaluar el aprendizaje. Y pienso que para ser lo más objetivos posibles, debemos subirle el porcentaje a los exámenes.
En fin, hay muchas cosas que como alumnos no nos gusta hacer, pero durante toda nuestra vida hallaremos este tipo de cosas, entonces lo más prudente será empezar a acostumbrarnos desde la escuela.
Muchos saludos
Adolfo Chattaj B.
Pues mira, estoy parcialmente de acuerdo con lo que afirmas.
Ciertamente las evaluaciones fomentan la competencia entre los alumnos y considero que eso es altamente cuestionable. Desde luego, no soy ingenuo y sé que es muy difícil pensar otra forma que no sea la competencia. Y es que no sólo la escuela es competitiva, también lo es gran parte del mundo en el que vivimos.
Tienes razón cuando afirmas que las evaluaciones califican qué tan cumplido es un alumno y no sus capacidades. Pero ser cumplido no puede evaluarse con exámenes sino con tareas. El examen, por su parte, pretende evaluar la comprensión de los temas y, en algunos casos, su aplicación.
Desde una primera perspectiva, ciertamente parece lo más "objetivo", pero de facto preguntar lo mismo a todos no implica que puedan resolver adecuadamente lo preguntado. Esto se debe a que la asimiliación de un conocimiento específico (matemáticas, física, historia, etc.) no es igual en todos los casos. La única manera de homologar lo que se enseña es haciendo que lo repitan de memoria, como insertando un programa a una máquina. En un examen de opción múltiple, verbigracia, el profesor condiciona las respuestas y ésta puede resolverse o bien porque se tiene el conocimiento, o bien porque se tiene la habilidad para descartar las respuestas que no son, o bien por azar. Si los alumnos responden por alguna de estas tres causas, "objetivamente" tienen el mismo conocimiento, pero realmente no lo podemos asegurar. Por consiguiente, hay que pensar qué clase de exámenes -si éstos son lo más viable- deben aplicarse.
En fin, es verdad que hay muchas cosas a las que tendremos que acostumbrarnos, el problema, creo yo, es que esas costumbres han devenido malos hábitos y un compromiso más des-ligado, acaso des-humanizado, con los estudiantes.
En fin, sigamos pensando.
Qué gusto verte por acá.
Te dejo un abrazo,
Carlos.