Cuando cantan los poetas

Recientemente me vi envuelto en dos eventos que me acercaron a la poesía. El primero de ellos fue el merecido homenaje en honor de los sesenta años del poeta David Huerta. Dicho evento, organizado por Josu Landa, Marcela Palma y Maricarmen Férez fue un acontecimiento, literalmente, sublime. Los estudiosos de la poesía del homenajeado, los colegas poetas del mismo y los jóvenes nuevos talentos influidos por él, hacían que el tiempo se perdiera y el espacio se concentrara por completo en el recinto donde exponían sus palabras magistrales. Era una especie de mezcla entre el ingenio, la técnica y la audacia; sí, poetas todos que manejaban el habla como ya casi nunca se escucha.

El segundo evento fue la presentación de la traducción al euskera (vasco) del poema “Muerte sin fin” de José Gorostiza, que realizó Josu Landa. El evento reunió a otros poetas y pensadores de las lenguas minoritarias. Ahí, el sonido del vasco que llevó a cabo el vascuence, se abrió paso entre quienes sólo contemplamos el español. Y en el cantar del euskera, me percataba de cuán poco sé de la palabra que prosaicamente esgrimo.

Y es que, como dicen varios filósofos, la palabra sólo la respeta, resguarda y muestra magistralmente el poeta. Su canto reúne la inocencia y la sabiduría, conjunta la manera de ver al mundo con la astucia más genuina y original, sin el anhelo de control ni dominio de aquello a lo que se refiere. Sí, el poeta canta y llena de hermosas melodías la vida; su palabra emerge del mundo como un vástago que reclama autenticidad e independencia. Sí, el poeta re-viste al mundo, lo colorea, lo entona, le da un ritmo, un humor, un ánima: lo hace humano, auténticamente humano. Por eso la poesía es creadora y no reproductora. Ningún poeta dice lo mismo que otro aunque hablen de lo mismo; el poeta es divino porque infunde vida donde no la hay, vida única e irrepetible.

La perplejidad y el asombro motivan al filósofo. Y los poetas muestran que no sólo la physis, la realidad, impone dichas motivaciones, pues también ellos asombran y dejan perplejos a los hombres. Sí, en la palabra poética cabe el mundo sin necesidad de dominarlo ni cerrarlo porque el poeta no define. El poeta deja callado al filósofo, pues cuando el asombro ocurre, nada puede decir el filósofo pues su voz muda: huye al silencio. Por esto, cuando los poetas cantan, lo más sensato es guardar silencio para sentir el mundo en la palabra. Quizá por esto los vetustos griegos fueron primero poetas que filósofos: cantando vivían, por esto –quizá– eran sabios.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gracias por dejarme compartir esos momentos sublimes a tu lado. Me encanta deleitarme con las palabras de la poesía y encontrar, su sentido real, en ti.

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