Qué enredo ser enredado
En ocasiones, uno se topa ciertas cualidades que cuesta trabajo aceptar. Ello se debe, quizá, al hecho de que solemos tenernos en buena estima, exaltamos las virtudes y perdemos de vista los defectos. Sin embargo, cuando nos percatamos de ciertas “mañas” que poseemos, cuando descubrimos aspectos de nuestra personalidad que nosotros mismos consideramos nocivos –sólo por decirlo de algún modo– la imagen que de nosotros hemos visto, se desvanece.
Hace algunos años ya, me han señalado que tiendo a lo que cotidianamente se denomina “enredarse”. En efecto, parece que convierto situaciones simples en un mar de complicaciones innecesarias. El problema no sólo consiste en que tienda a enredarme; el fenómeno se vuelve molesto para terceros porque, al padecer enredos, me convierto en un tipo poco efectivo, tardo, torpe, acaso inútil. Por supuesto, esta afección la padezco en el ámbito de la escritura, también, donde no tardan en darse cuenta mis allegados, de que sufro rodeos verbales y puedo ser considerado (dicho en mexicano clásico) un “chorero”.
Quizá esto forme parte de una personalidad que es proclive a problematizar todo, a envolverse en pensamientos, palabras y acciones; a nunca estar en paz. Pero el asunto (y lo digo sin tantos rodeos), me genera conflicto, pues el sentimiento de que impaciento me hace sentir como un verdadero estorbo. El problema de vivir problematizando es que uno mismo se convierte en problema, así, simplemente. Sin duda, esto que expreso es un embrollo, pero como sé que pocos pasan su vista por estas líneas, me queda el consuelo de no causar tantas molestias.
Comentarios
En la profesión filosófica no hay más. Sin el problema eterno, ningún caso tendría seguir buscando respuestas. De hecho, creo que más que eso, se trata de una alerta constante en tu ser que no permite un momento de letargo. Por ello, no queda más que resignarse y seguir "problematizando" porque, si no ¿qué sazón tendría nuestra vida?